Carmen Posadas, premio Maga de Magas a la mejor novelista por su elegante maestría narrativa

Carmen Posadas es la elegancia: ese don complejo que siempre es de dentro hacia afuera, que se cultiva en algún misterioso renglón interior del pecho o del cerebro y luego se echa a rodar más allá del esqueleto. Este año, recibe el Premio Maga de Magas a la mejor novelista.

La vemos acercándose y lo entendemos. Existe deslizándose. Suave, inteligente, natural, hermosa para siempre, simpática sin ñoñería, sofisticada sin pretenderlo, con esa altura de miras en la vida que sólo da el estilo propio y la cultura adquirida en las tardes largas de lecturas movidas, cuando nadie te ve, cuando estás sola en el mundo -sola sosteniendo la piedra angular del pensamiento que es este libro, y el otro, y el otro-.

Arañando antropológicamente las cosas. Mirando con lucidez y compasión al ser humano, su grandeza y sus trampas. Su belleza moral y sus pájaros negros. Todo aquello que no dice y que ella trata de descifrar en la escritura. ¿No ensaya una todo el rato, acaso, sobre lo que no se ve?

Posadas nació en Montevideo en 1953, un viernes trece para desafiar los mecanismos de la suerte, porque la niña Carmen, aunque se sentía ‘el patito feo’ de su familia, fue desde siempre una joya en bruto. Su padre era diplomático, y su madre, restauradora. Ella fue la mayor de cuatro hermanos: una muchacha curiosa e inmensamente feliz. Vivían en una enorme quinta en El Prado, «que era como un mundo en sí mismo, allí todo parecía posible, desde lo más aventurero a lo más mágico». O sea: Carmen creció en el paraíso.

Su madre tenía estrella narrando anécdotas y su padre, quizá la persona más influyente para ella, le leía libros que le reordenaron la cabeza dentro de su estilo estricto y victoriano. Mitología griega. Clásicos. Tintín. Julio Verne. Sherlock Holmes. Wodehouse, Dante, Proust, Horacio Quiroga, Dickens. ¿No son unos buenos amigos para arrancar la experiencia de la vida?

Después la fiesta se hizo grande: Kafka, Stendhal, Jane Austen, las hermanas Brontë, Borges, Cortázar, García Márquez, Marguerite Yourcenar. Conocer a cada uno de ellos era «como atravesar una frontera». Y de fronteras, Carmen Posadas tuvo que aprender mucho. Con 12 años se trasladó a España por el trabajo de su padre como embajador. También vivió en Buenos Aires, en Londres, y en Moscú, donde su casa estaba plagada de micrófonos ocultos colocados por espías… y donde conoció a su primer marido y padre de sus hijas. Tenía 19 años.

Su boda se convirtió en noticia hasta en The New York Times, porque fue la primera boda católica que se celebró en una iglesia ortodoxa en todo el mundo. «Después de la ceremonia, deposité mi ramo en la tumba de Lenin. Mi madre casi me mata», contó una vez Carmen, muy pizpireta.

De cría había escrito lo que ella llama «un lacrimógeno diario» en el que se defendía como gato panza arriba de sus raíces móviles y de su galería de paisajes (de todo aquello que la hizo, al mismo tiempo, cosmopolita y abierta, sagaz e infinita), pero, como nunca fue a la universidad, «pensaba que escribir se salía absolutamente de mis posibilidades». ¡Imagínense!

Esa mirada dubitativa vendría impuesta, quizá, por su «timidez bloqueante», la que considera su gran castigo. Suerte que en secreto se apoyó en la literatura. «Me he ahorrado mucho dinero en psicoanálisis». «Si alguien me cae mal, lo mato en un libro y me quedo como nueva. Ahí, yo soy dios. Puedo hacer lo que me dé la gana. Ese tipo de catarsis lo he practicado muy a menudo». Lo cuenta con una sonrisa dulce y gamberra que lubrica la rabia del mundo. Y eso que ella es su peor enemiga. Carmen se habla a sí misma todo el rato. Sobre todo, para regañarse.

Dice que le gustaría pensar que sigue teniendo una mirada ingenua sobre la vida, a pesar de que esta «te dé cada soponcio, cada golpe, cada sorpresa horrenda… pero para un escritor es fundamental la ingenuidad». También sabe que un libro te cuenta una cosa cuando lo lees a los 14, otra a los 25 y otra cuando lo lees de adulta, como le sucedió a ella con Alicia en el país de las maravillas, ese ejemplar que jamás prestaría a nadie.

¿No pasa algo parecido con los hombres? Carmen, de joven, se fijaba en los guapos. Después se fijó en los inteligentes, «y ahora sólo me fijo en los buenos«, como decía Gloria Fuertes. La bondad es el gran erotizante. Hubiese deseado tener la fuerza y el empuje de las ‘Emiliapardobazanes’ (esa mujer tan poco agraciada y tan ferozmente seductora sobre la que escribió en El misterioso caso del impostor del Titanic).

Aunque dice que no es el caso, sí se identifica «con alguien que tiene una vocación y está dispuesta a llevarla adelante contra viento y marea, y con muchas dificultades». Y señala: «Ahora hay muchos tipos de escritoras: de una punk de 20 años a otra de 80 que va con falda escocesa; de la que tiene aspecto de vampiresa a la que parece una ejecutiva de PwC.

En mi época, nadie me tomaba en serio porque yo no daba ese perfil de mujer con gafas, falda larga y boina como Carmen Martín Gaite. Yo iba con minifalda». Cree que ser reconocida por su labor literaria le ha costado. Quizá por ser mujer. O quizá por el prejuicio hacia ese limpio encanto suyo de la beautiful people, cuando se casó, en segundas nupcias, con Mariano Rubio, gobernador del banco de España entre 1984 y 1985. Quizá porque primero se casó y se encargó de los suyos, de su familia, y luego pudo entregarse a sus anchas a la letra. En su relación con uno de los hombres más poderosos de la época, «todo lo demás dejó de existir». «Daba igual que tuviera cuentos traducidos a veinte idiomas, ensayos y novelas… todo quedó opacado. Fue el precio de un matrimonio felicísimo del que nunca me arrepentí», confesó en una ocasión.

Posadas sabe que la mayor venganza que puedes tener es el éxito. El suyo llegó por primera vez en el año 1998, con el Premio Planeta por su obra Pequeñas infamias, una novela sobre las casualidades de la vida con cierta sátira social.

Desde entonces nadie ha vuelto a dudar de su brillantez, aunque haya seguido siendo ‘esnobeada’ por algún incauto. «Los esnobismos son de abajo a arriba, transversales. Siempre he sufrido mucho algo que llamo el piropo terrorista: alabarte algo de tu físico para quitarte méritos en todo lo demás». Y matiza: «No me pasó a mí, sino a Montserrat Roig, una gran escritora catalana que intentaba abrirse camino en el mundo de las letras. Fue a ver a Josep Pla. Ella hablaba y hablaba, y Pla fumaba y fumaba, hasta que le dijo: ‘Señorita: con esas piernas tan bonitas que usted tiene, ¿por qué quiere ser escritora?’.

Las guapas siempre han tenido más dificultad en que las tomasen por inteligentes. Ahora también pasa». Entendemos el paralelismo. Sabe de amor y de crónica negra. Sabe que los grandes personajes de la literatura siempre son reprobables. No ha parado jamás. Firma más de 15 libros infantiles y más de 15 novelas, ha escrito ensayos, biografías y varios guiones de cine y televisión. Impecable, de dignidad inmensa. A estas alturas tiene claro cómo distinguir a la gente bien de verdad: «Es por cómo trata a sus superiores y a sus subordinados». «Normalmente, la gente maleducada trata muy bien a sus jefes, y muy mal a sus subordinados. Con gente bien educada sucede al revés: no se pliega a los superiores, y trata muy bien a los que están por debajo». Chapeau.

<< Leer la noticia elespanol.com>>

Contenido relacionado

Utilizamos cookies para asegurar que damos la mejor experiencia al usuario en nuestro sitio web. Si continúa utilizando este sitio asumiremos que está de acuerdo.Pulse aquí para conocer nuestra Política de cookies.

ACEPTAR
Aviso de cookies