Carmen Posadas en el museo

El Museo del Escritor, ubicado en el madrileño barrio de Chamberí, mantiene viva la memoria personal de autores españoles y latinoamericanos a través de más de 5.000 piezas que les pertenecieron y les definen

En el corazón de Madrid, en el barrio de Chamberí, se encuentra un espacio único en el mundo que todavía pocas personas conocen, sobre todo si pensamos en la importancia cultural que tiene su fondo. Hablamos del Museo del Escritor que, dedicado a la preservación de la memoria literaria en lengua española, atesora más de 5.000 objetos personales y documentos de sus más grandes autores.

Fundado por los argentinos Claudio Pérez y Raúl Manrique, este impresionante archivo busca mantener viva la memoria de los autores, además de tender un puente cultural entre España y América Latina, rescatar escritores casi olvidados y difundir su obra en la medida de lo posible.

En el museo están representados unos 230 escritores a través de sus plumas, bolígrafos, dibujos, fotografías, sombreros, manuscritos, gafas, máquinas de escribir y centenares de utensilios insólitos de su vida cotidiana, objetos que enmarcan la personalidad de los creadores literarios que los poseyeron. «De Onetti tenemos hasta la cama, que armamos para la exposición que hicimos de él en la Casa de América», dice el siempre sonriente Manrique. Y es que, efectivamente, el uruguayo pasó gran parte de su vida sin querer salir de ella «por simple pereza», según confesó. A falta de la cama, en la muestra permanente podemos ver, entre los 200 objetos expuestos, una de las pistolas que usaba para disfrazarse el autor de La vida breve.

1. Muñeca de Carmen Posadas. 2. Canana de Miguel Delibes.3. Pincel de Rafael Alberti.4. Pipa de Ramón Gómez de la Serna.5. Cuaderno de notas y pluma de Antonio Muñoz Molina.6. Máquina de escribir de José Mallorquí.7. Oveja negra de Augusto Monterroso.8. Gafas de Julio Cortázar.9. Caja de té en la que guardaba papel de fumar Ana María Moix.10. Cliché de impresión de unas tiras de Mafalda de Quino.11. Pasaporte de Marta Sanz.

«Queremos que un adolescente sepa quién fue Max Aub o Jacinto Benavente, qué es la generación del 50, o que sepa nombrar a alguien más que a Lorca de la generación del 27″, explica Pérez, que frecuentó a Jorge Luis Borges cuando era adolescente y el autor de El Aleph vivía sus últimos años. «Creo que a él le debo dedicarme a esto», añade el escritor, que ha plasmado esa relación en el libro Recuerdo de Borges. «A veces se lo agradezco, a veces me acuerdo mal de él, porque trabajar en cultura es casi un castigo», dice con sorna.

En la sede del Museo del Escritor, en la calle Hilarión Eslava, a pocos metros de la casa de Benito Pérez Galdós, los socios tienen también dos sellos editoriales, una librería especializada en autores latinoamericanos y el Centro de Arte Moderno, germen del museo y que este año celebra su 30º aniversario, pues fue inaugurado por Adolfo Bioy Casares en Quilmes, Argentina, en noviembre de 1995.

El Museo del Escritor nació ya cuando Pérez y Manrique llegaron a Madrid en el año 2002, y en ese espacio onírico, situado en el umbral de las creaciones literarias y la vida de sus autores, los objetos susurran historias ya pasadas: la corbata de Max Aub aún guarda el calor de su boda entre el polvo de la guerra civil y el exilio de México; la radio de Julio Cortázar, de la que surgen dos bracitos de plástico, sintoniza los programas que escuchaba en sus noches parisinas o de Nueva York, donde la compró; el calientapiés de Jacinto Benavente crepita en la penumbra; y el cartucho de obús de Claribel Alegría aún retumba con los pasos de aquellos escritores que hicieron de escudo humano contra las fuerzas de EEUU durante la revolución sandinista en Nicaragua. También el libro de poesías de Antonio Gamoneda padre, el único que publicó, guarda entre sus versos las primeras lecturas de Antonio Gamoneda hijo, que aprendió a leer con él durante la guerra porque era el único que había en casa, y el babi de infancia de Terenci Moix perdura en su maniquí, un regalo al museo de su hermana Ana María, que murió sin saber cómo embalarlo y tuvo que ser la todopoderosa Carmen Balcells la que lo enviase al museo, con su mochilita y todo.

Cada objeto destila retazos de una vida, y en todos ellos late una pregunta: cuánto de nosotros queda en los objetos con los que convivimos. Con estas piezas conocemos la vida y la obra de sus autores, porque en realidad, el museo está consagrado, más que a la literatura, a la historia literaria. «A nosotros nos interesa cómo se gestaron las cosas», explica Pérez. «Que la revista Sur la fundó Victoria Ocampo y que el nombre se lo sugirió José Ortega y Gasset», añade, y pone un ejemplo elocuente: «Para nosotros puede ser más importante un dibujo que regaló un nieto del escritor que el manuscrito de su obra más importante».

A través de la visitas guiadas, Pérez y Manrique hacen un recorrido por la vida y obra de los autores a través de sus objetos, todos ellos donados por los propios escritores o por sus familiares y amigos más cercanos. «El otro día vino el mismo grupo por segunda vez. Querían repetir para que les hablásemos de autores diferentes», recuerda Manrique con orgullo de divulgador.

Los dos argentinos también organizan exposiciones monográficas, como las de sus paisanos Borges o Cortázar, la ya mencionada de Juan Carlos Onetti, o la denominada Escrito por mujeres. Aunque en realidad, cada una se redefine en función del espacio en el que está expuesta. «Planteamos un tema, un autor, y empezamos todo un trabajo de investigación, a ver qué tenemos o qué nos falta», explica Pérez. «Un ejemplo: en el Museo de la Universidad de Alicante se expusieron por primera vez las piezas que pertenecieron a Paca Aguirre, que era alicantina, y junto a ella las de su hija Guadalupe Grande, que creíamos que también era merecedora de ser homenajeada», detalla Manrique.

En la exposición itinerante Un puente de palabras han pretendido fortalecer los vínculos literarios entre España e Hispanoamérica, ya que a su juicio, está muy bien que España entrase en la Comunidad Económica Europea, pero falta una comunidad cultural basada en la lengua, porque hay una cantidad ingente de escritores de América Latina que apenas se conocen en España. «Algunos, ganadores del Cervantes, como el venezolano Rafael Cadenas», señala Pérez.

Y de esta forma, el Museo del Escritor ha hecho más de 70 exposiciones en las principales ciudades de España y en otras del extranjero como Roma, Bucarest, París, Buenos Aires o Jerusalén. «Hasta mucho después de empezar con el proyecto no sabíamos que somos el único museo en el mundo dedicado a la conservación de la memoria personal de los autores«, dicen mientras enseñan algunos de los tesoros que podemos encontrar en la muestra permanente.

«Mira este libro de Alberti, Los poetas desterrados. Fue un regalo del propio Alberti a Pablo Neruda y a su mujer, Matilde. Por eso lleva estos dibujos y la dedicatoria», explica Pérez. Nos detenemos en un pisapapeles de cristal de Rubén Darío. «Este ángel perteneció a Luisa Mercedes Levinson, una escritora argentina que tocaba el arpa. Compró la figura en Italia para tenerla colgada del instrumento. Tiene como 80 años», dice Manrique. Después, nos dirigimos hacia una biografía de Azorín que escribió Ramón Gómez de la Serna. «Se la envió a Azorín por correo. Está firmada: Buenos Aires, Victoria, 1970, que no es la fecha, sino la dirección donde él vivía, en la calle Victoria», añade.

Comprobamos que fue leído por Azorín porque hay una página donde el valenciano tacha y corrige lo que Ramón Gómez de la Serna escribe en la biografía. Y apunta Manrique: «A mí, lo que me resulta más interesante de Azorín es la forma que tenía de señalar lo que le llamaba la atención de los textos, que era haciendo anotaciones en la contratapa, indicando el número de página y a lo que se refiere, en lugar de subrayar o escribir en los márgenes».

Y así seguimos durante horas que se pasan en un suspiro.

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